Estoy completamente segura de que todas esas personas que hablan de exquisiteces y de cómo cambia un producto de calidad suprema a otro de calidad media-baja dicen verdades como puños, más que nada porque no tengo motivos para dudar de ellos, pero la realidad es que mi paladar no capta esos matices. Ni uno, además.
A mí ya me puedes dar caviar ruso (que sé que cuesta un pastizal) que yo no voy a notar la diferencia con el caviar de bote que venden en los grandes supermercados cuando se acerca la Navidad. En casa, todas las noche buenas, ponemos bocaditos de pan con mantequilla y caviar de bote o sucedáneo, como lo llama la gente cool, y yo ya me creo la reina de los mares. Un año, un tío mío que vino invitado a casa porque se acababa de divorciar, trajo gamba roja y caviar del bueno y obviamente probé ambas cosas.
Las gamas ya las había degustado en alguna que otra ocasión (tampoco muchas) pero el caviar era la primera vez que me lo metía en la boca. Lo saboreé, lo tasté y luego me lo tragué. Intenté hacerme un poco la loca pero al final la pregunta llegó: “¿qué te ha parecido el caviar? ¿y las gambas?” y contesté lo que se esperaba que contestara: “estupendo tío, una maravilla”, pero realmente lo que pensé es que prefería el gambón que compra mi madre porque tiene mucha más chicha y así puedes comer más pelando menos, y que entre ese caviar y el que comemos todos los años no notaba mucha diferencia la verdad. Conclusión, salgo baratita.
Pero lo mismo me pasa con el gambón que me pasa con cualquier otro producto. ¿Sabéis cuáles son los berberechos marca hacendado, de Mercadona, que vienen en latas redondas y son pequeñitos y sabrosones? pues me encantan y cada vez que a mi padre le da por comprar berberechos de marca, más grandes y jugosos supuestamente, a mí me fastidian el día porque soy fan de los baratitos de Mercadona y obligarme a comer los de marca es como obligarme a pasar del zumo natural de naranja recién exprimido, exquisito, al zumo cutre hecho con polvos que sabe más a medicamento que a zumo de naranja. Y soy consciente de que el resto del mundo, o la mayoría, opina justo lo contrario (obviamente), pero mi paladar es de gustos económicos y está acostumbrado a eso, así que cuando se lo cambias nos sabe mal de narices.
Da igual lo que me pongas delante, mi paladar jamás va a apreciar esos matices que supuestamente se notan en según qué alimentos de fantástica calidad y, de hecho, en muchas ocasiones voy a preferir la marca blanca que la primera marca reconocida, por muy cara que sea.
El Jamón Serrano
Hace un par de semanas, en la jubilación de mi tía, sacó un plató de jamón ibérico de la marca esa tan conocida, la 5 Jotas o cómo se diga, y yo me metí una loncha troceada a mano en la boca esperando probar un manjar de los dioses y me encontré con, básicamente, una loncha de jamón serrano.
Desde ese día, mi padre compra jamón ibérico de Iberjagus, una tienda online especializada en el jamón ibérico de bellota y embutidos ibéricos, y mi familia se come el jamón adorándolo, a trozos pequeños para que dure todo lo posible, y yo he acabado pidiéndole a mi madre que a mí me siga comprando el jamón serrano envasado al vacío de toda la vida porque entre que no noto diferencias y que no me dejan hacerme bocatas de tomate rallado con ese jamón pues, prefiero el de toda la vida ¿qué quieres que te diga?
Mi padre, sin embargo, cuando se mete un trocito del jamón que compra él dice que tiene una textura especial, que prácticamente se deshace en la boca, y que tiene un matiz especial en el sabor que lo hace único. Yo lo miro a los ojos y le contesto: jamón serrano. Y él, mosqueado, siempre me dice que hay muchos tipos de jamón y que España es cuna de ese producto por lo que le parece increíble que no pueda diferenciarlos. Él es un jamón lover y yo soy jamonera de toda la vida, del que sea, todos están buenos.
Al final yo siempre digo lo mismo, que para tenerme contenta no hace falta gastarse una pasta en productos especiales y maravillosos, me vale con que la preparación del plato que vayamos a comer esté bien hecha, porque la textura o el matiz del sabor del producto en sí no lo voy a notar.
A mí con exquisiteces…
Si quiero aceite de oliva compro el bueno, el AOVE (aceite de oliva virgen extra) pero de marca blanca. Sabroso, riquísimo y perfecto tanto para cocinar como para ensaladas pero baratito en comparación a otros,
¿Que me apetece comerme un buen bocata de hueva? Pues en la pescadería venden de muchos tipos y hay una hueva que sale la mar de económica y que está rebuena, de esa que se pega al paladar como si fuera un Sugus. Deliciosa.
Y si hoy quiero tomarme un cubata de ginebra y cola pues igual la marca de la ginebra no la conoce ni su padre pero está igual de buena, o de mala según se mire, que la Larios, Puerto de Indias y otras similares. Al menos, eso me parece a mí y tengo la suerte de que no conozco el significado de la palabra resaca así que… a mi plín.
Tal vez sea porque mi paladar está acostumbrado al producto de gama media, o incluso baja en algunos casos, pero al final lo que me sabe raro y hasta mal es lo que supuestamente es exquisito así que en el fondo salgo ganando porque me como un salmón envasado al vacío con las mismas ganas que otro se come un salmón noruego que le ha costado un pastizal.
Lo que sí detecto enseguida es el sabor extraño en la fruta, cuando me la cambias lo noto enseguida. Por ejemplo, yo soy de comprar manzana verde de toda la vida y peras de agua, o al menos en mi casa las llaman así, y la semana que me traen otra cosa lo noto inmediatamente. También es verdad que yo fruta no como mucha, por vagancia más que otra cosa. Me gusta la sandía, el melón (aunque me pica la garganta cuando como) , las cerezas, la naranja, la mandarina, la manzana, el plátano, la pera… pero eso de pensar en tener que pelar una mandarina o una naranja para poder comérmela se me hace un mundo y para colmo se queda el olor de la piel en las uñas y las manos y ya no hay quien lo saque de ahí en todo el día.
Cuando pelamos una fruta de ese tipo en lugar de llevar perfume Ou de Lancome, por ejemplo, acabas llevando Ou de Mandarí o similar, y no lo soporto. A veces pienso que deberíamos hacer como hacen los bares cuando sirven marisco, que siempre te dan unas toallitas con olor a limón para lavarte las manos justos después, pues lo mismo tras el postre, para poder quitarnos ese olor de las manos después de comer fruta.
Mi madre dice que todo lo que tengo de pija con los olores y las manchas lo tengo de “burra” con la comida, que lo mismo me da un chorizo criollo que el chorizo del súper del barrio y al final yo siempre le digo lo mismo: puede que sí, pero yo me paso el día oliendo bien y yendo impoluta mientras que otros que comen langosta huelen a pescado congelado. Para gustoslos colores, ¿no?