Cuando cuento esto, más de uno me mira raro. ¿Hormigón? ¿Eso no es solo para carreteras y bloques de pisos aburridos? Pues no. La verdad es que no hace falta ser político, influencer ni millonario para tener ideas que ayuden a las personas más necesitadas. A veces basta con mirar los materiales de siempre con ojos nuevos.
Yo tengo 25 años, y lo que más me preocupa no es si me alcanza para irme de vacaciones, sino cómo podemos hacer que la vida de más gente sea más justa, más sana, más humana. Y por muy loco que suene, cada vez estoy más convencido de que el hormigón prefabricado puede ayudar en eso. No porque sea bonito (aunque bien usado, también), sino porque es práctico, rápido y, sobre todo, versátil.
¿Y si empezamos por los hospitales?
El hormigón prefabricado son, básicamente, piezas ya hechas que se llevan al sitio y se montan como un puzle. Solo que de hormigón. Esto fue lo que me explicaron en Eiros empresa especializada en la fabricación y distribución de elementos prefabricados de hormigón para edificación, obra pública y urbanismo, cuando me informé del tema buscando alternativas.
Pienso en estas cosas todos los días. ¿Cuánta gente muere o sufre porque no hay camas suficientes en un hospital? ¿Cuántas personas esperan meses para una operación o un tratamiento por falta de espacio? Solo tienes que meterte en los periódicos para darte cuenta de que estas cosas siguen pasando día a día, a pesar de que el mundo está más evolucionado que nunca.
Con módulos prefabricados de hormigón podríamos ampliar hospitales sin esperar años de obras. Se pueden construir en pocas semanas, tienen buena resistencia, son fáciles de mantener y pueden adaptarse a distintas necesidades: consultas, salas de urgencias, zonas de aislamiento… incluso quirófanos. Si se usa bien la tecnología, podríamos tener hospitales móviles o semipermanentes para crisis sanitarias, para zonas rurales o para atender picos de demanda sin colapsar lo que ya existe.
No digo que esto lo arregle todo, pero sí puede salvar muchas vidas mientras se piensa en soluciones a largo plazo.
Hogares para quienes no tienen uno
Me parte el alma ver a gente durmiendo en la calle mientras hay solares vacíos o espacios abandonados que podrían aprovecharse. ¿Por qué no usar prefabricados para levantar pequeñas viviendas dignas?
No hablo de «cajas de cemento», sino de espacios reales, con ventanas, baño, aislamiento térmico, enchufes… Un sitio donde dormir sin miedo, donde alguien pueda ducharse antes de ir a una entrevista de trabajo, donde una familia pueda rehacerse tras un desahucio.
En otros países ya lo están haciendo. Y sí, hace falta coordinación, presupuesto, voluntad política… pero las herramientas existen. Lo que falta a veces es imaginarlo posible.
Orfanatos donde los niños vivan mejor
Otro tema que me remueve. Los orfanatos no deberían parecer cárceles tristes ni lugares fríos. Tienen que ser casas grandes, alegres, seguras. Con espacios para jugar, estudiar, soñar.
Con prefabricados podríamos levantar centros de acogida más humanos, más rápidos de montar y más fáciles de mantener. Piezas que se ensamblan como si fueran un Lego (vale, un Lego gigante), pero que permiten tener alas separadas por edades, salas de juegos, dormitorios luminosos, comedores amplios, todo con más calidez que muchas construcciones viejas y oscuras que todavía se usan.
Y lo mejor: se podrían adaptar con el tiempo. Si llegan más niños, se amplía. Si se reduce el número, se transforma en otra cosa útil.
Escuelas donde dé gusto aprender
En muchos sitios no hay suficientes aulas. O las que hay tienen goteras, ventanas rotas y pupitres para 30 niños donde solo caben 15 cómodamente.
Con los prefabricados se podrían construir nuevas aulas en muy poco tiempo. Aulas bien ventiladas, con luz natural, con espacio para moverse. Incluso escuelas enteras, con baños decentes, salas de profesores, pequeñas bibliotecas. Y no solo en pueblos remotos o zonas de emergencia: en ciudades también faltan colegios en algunos barrios.
Se trata de construir educación. De hacerlo ya, no dentro de veinte años.
Comedores comunitarios que alimenten con dignidad
La gente no debería tener que elegir entre pagar el alquiler o comer. Y si hay que ayudar, que sea en lugares donde uno se sienta tratado con respeto.
Imagina pequeños comedores sociales hechos con módulos de hormigón prefabricado. Montados en pocos días, equipados con cocinas, mesas, baños. Lugares bien pensados, donde se pueda compartir un plato caliente sin vergüenza, donde los voluntarios trabajen cómodos, donde se enseñe también a cocinar, a comer mejor, a cuidarse.
La comida une. Pero también dignifica. Y el espacio importa.
Centros juveniles donde pasar las tardes
A veces se habla mucho de los jóvenes como problema, pero poco se hace para que tengan alternativas. No todo el mundo puede pagarse actividades privadas, ni tiene parques seguros ni casas grandes donde invitar amigos.
Con los prefabricados podríamos construir centros juveniles abiertos todo el año. Espacios con salas de música, pistas para deportes, salas de estudio o simplemente zonas para estar. Construcciones rápidas, resistentes, fáciles de adaptar a cada barrio.
Quizá eso evite más conflictos que muchos discursos vacíos.
Refugios para mujeres y familias en peligro
No quiero olvidarme de esto. Porque no debería haber una sola mujer que tenga que quedarse con su agresor por no tener dónde ir. Y sin embargo, pasa cada día.
Si se usaran módulos prefabricados podríamos tener más casas refugio. Seguras, anónimas, bien equipadas. No lugares de paso, sino hogares temporales donde empezar de nuevo, donde los niños puedan seguir yendo al colegio, donde nadie sienta que está siendo «castigado» por pedir ayuda.
Es urgente. Y posible.
Espacios culturales para todos
Teatros pequeños, salas de cine de barrio, bibliotecas modestas… Todo eso también puede hacerse con prefabricados. No todo el mundo vive cerca de un gran centro cultural, pero todos deberíamos tener acceso a la cultura.
Una sala prefabricada puede convertirse en escenario por las tardes, cine por la noche y espacio de talleres por la mañana. Suena utópico, pero no lo es. Es cuestión de priorizar.
Paradas de emergencia ante catástrofes
Las tragedias no avisan. Incendios, terremotos, inundaciones… Todo puede cambiar en un segundo, si no que se lo digan a los pobres de Valencia con el Dana que sufrieron hace unos meses y donde lo perdieron prácticamente todo. Cuando eso pasa, muchas veces la respuesta llega tarde o mal, si es que llega. La gente duerme al raso, come lo que puede y sobrevive como puede… Hay robos, ayuda que nunca llega, personas que necesitan ser rescatadas…
¿Y si tuviéramos kits de módulos prefabricados listos para desplegar en caso de emergencia? Espacios que sirvan como albergues temporales, como cocinas comunitarias, como centros de información. No tiendas de campaña donde mojarse o pasar frío, sino estructuras firmes que se levanten en días y duren lo necesario. Que se puedan desmontar después o reutilizar en otro lugar.
Los bloques de hormigón pueden ser una primera respuesta antes de que lleguen las soluciones definitivas. Sirven para dar refugio, calma y dignidad en medio del caos. No es un capricho, es previsión. Es tener un plan B realista cuando la vida se pone patas arriba. Porque ayudar no es solo tener buena voluntad, es estar preparados.
Reconvertir espacios abandonados
Hay naves vacías, parcelas que llevan años olvidadas, edificios sin uso. A veces por trámites, otras por desidia.
Con piezas prefabricadas de hormigón se pueden reaprovechar esos espacios en poco tiempo. Añadir módulos para darles un nuevo sentido: como centros de día para mayores, como talleres para jóvenes, como espacios de primeros auxilios, como puntos de encuentro para el barrio.
No se trata de llenar el país de cubos grises, sino de imaginar cómo podemos mejorar la vida de la gente usando lo que ya tenemos a mano.
¿Y todo esto cómo se paga?
Buena pregunta. La respuesta corta: no es barato, pero es más barato que no hacerlo.
Porque cada día que pasa sin atender a estas necesidades cuesta más caro en sufrimiento, en exclusión, en violencia, en salud mental y física.
Hay que exigir a los gobiernos, sí, pero también apoyar a las iniciativas que ya existen, presionar como ciudadanos, imaginar proyectos desde abajo. Incluso convencer a empresas de que pueden aportar.
Y sobre todo, hay que hablar de esto. Contagiar las ganas de cambiar las cosas. Porque no estamos hablando de ciencia ficción. Es hormigón, sí, pero lleno de futuro.
Bloques para construir otra manera de vivir
Puede que todo esto suene ingenuo, pero me niego a creer que no se pueda hacer nada para ayudar a los demás. No hace falta inventar la pólvora: muchas de las herramientas ya existen. Lo que falta es unir ganas, ideas y actuar. El hormigón prefabricado no hace magia, pero sí es una manera muy real de transformar espacios… y con ellos, vidas.
Quizá yo solo tenga 25 años, pero tengo claro que quiero formar parte de quienes imaginan soluciones y no solo se quedan en las quejas. Porque cuando algo tan simple como un bloque puede convertirse en un hogar, en un refugio, en una escuela o en una nueva oportunidad, vale la pena mirar el mundo con otros ojos.
No todo está perdido. Hay personas construyendo en silencio, barrios que se organizan, jóvenes con ideas brillantes, y materiales esperando ser usados de forma diferente. Esto también es activismo. También es futuro.
Si tú también crees que hay mucho por hacer, súmate. Con ideas, con manos, con ilusión. Porque el cambio, aunque parezca enorme, también se construye bloque a bloque.
Y cada bloque cuenta.